Mustang, 2050

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(Habla hombre de unos 60 años, nostálgico, en el transporte público)

Mira, broder, yo sé que esto que voy a decir no te hará mucha gracia. Pero en serio, ¿no extrañas subirte a tu coche, poner una rolitas, prender el clima y sentir el poder de un v8 llevándote a tu destino? Ahora todo es andar en bicicleta o transporte colectivo. No tengo nada contra la gente, tú me conoces, pero así nunca puedes llegar a un lugar con los zapatos limpios o la camisa seca. 

Me acuerdo mucho de cuando estaba más joven y me compré un Mustang 65, llantas cara blanca, todo equipado con piezas originales y el motor impecable. De esos ya no encuentras ni en museos. En serio, broder, alguna vez leí que todavía quedan algunos lugares que fabrican coches adaptados con motores eléctricos. Nomás que sí cuestan una millonada, más todos los permisos y súmale que sólo puedes circular en autódromos.

Sé que es muy bonito eso de la naturaleza y que el cambio climático sí terminó siendo real, pero mira, para cuando empezaron a cambiar las cosas ya había muchos motores híbridos o hasta eléctricos. 

¿Te acuerdas de los autoservicios? Puta, que te sirvieran tu hamburguesa y tu refresco en tu propio coche… Ya no se ven esas cosas. O salir de la ciudad y pisar a fondo el acelerador. Todavía puedo escuchar ese motor arrancando. Prrrrr arrancas en primera, le pisas, entra la segunda, prrrr tercera…

En fin, no digo que todos deberían volver a tener coche. Sólo deberían permitir modelos nuevos y pues gente que pueda pagarlos, obviamente. Lo que sí te digo es que no extraño nada el tráfico. Me acuerdo que antes de que las cosas cambiaran, empezaron a salir carros con piloto automático o que hasta podían volar. Nadie se iba a imaginar que en poco más de 30 años no iba a haber casi ningún vehículo personal que no fuera una méndiga  bicicleta o un scooter.

Bueno, aquí tengo que bajarme. ¡Seguimos hablando, broder!

2050: El fin que no fue (el agua)

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Una garza acaba de volar desde el río. Justo frente a mi ventana. Poco a poco han vuelto a poblar la Ciudad de México. Hoy son tan comunes que no puedes descuidar las ventanas abiertas. 

El ruido del agua corriendo reemplazó el murmullo de los motores que recuerdo cuando niña. Es común encontrarse a los vecinos caminando junto al río por las tardes. Me gusta pasear con Citlali en esa hora del día en que el sol empieza a bajar y el croar de las ranas va haciéndose más fuerte. 

Nos mudamos cerca del río Mixcoac, uno de los más avanzados en el proceso de rehabilitación de cuerpos de agua en la ciudad. El río limpio es hogar de decenas de especies de plantas y animales como la garza. Verla volar me ha hecho pensar en Citlali. Quiero verla crecer libre y feliz, rodeada de naturaleza. Por eso me gusta sentarme aquí junto a mi ventana a observar. 

Me preparo un café y escucho las noticias mientras comienza el día y nos preparamos para salir a la calle. Casi siempre tomamos la ciclovía junto al río y una vez a la semana, cuando vamos juntas al mercado, nos gusta caminar entre las casas y los árboles. 

Citlali lleva una bolsita con semillas para alimentar a los pájaros mientras escojo lo que vamos a llevar a casa. Así, en el regreso siempre nos acompañan muchas aves con su canto. 

Está por empezar la temporada de lluvias, la mejor época del río. A Citlali y a mí nos gusta ver cómo va creciendo el musgo sobre las rocas y escuchar al aire moviendo los árboles. No queremos que empiece a llover sin que hayas vuelto a casa. Te hubiera encantado ver la garza conmigo. Ya queremos tenerte con nosotras y que nos cuentes de las misiones en el desierto del norte mientras metemos los pies al agua. 

Te amamos, tu hija y yo.

2050: El fin que no fue (1)

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Al morir mi abuelo, dejó como legado lo típico de su generación: el contenido de una vida en varias redes sociales donde mantuvo contacto con toda la gente de su edad y un par de cajas llenas de cosas. 

Ya sé que antes la gente era bien rara, pero eso de guardar máscaras de caballo, máquinas consolas donde jugaban por tardes enteras, no creo que llegue a entenderlo nunca. De entre todas las cosas, lo que más llamó mi atención fue un cubrebocas de esos que se hacían a principios del siglo. Debió ser de los tiempos de la Pandemia. 

No soy experto en historia, pero en la escuela y con lo que he leído por mi cuenta aprendí un poco sobre la crisis del covid-19 la que se desató en el 2020 y cómo fue que inició la gran transformación que nos ha traído hasta aquí. También hay muchas películas al respecto, algunas incluso todavía en blu-ray (aunque ya es muy difícil encontrarse con una). Yo sólo he visto la más famosa, protagonizada por la actriz más importante de esa década, Cardi B.

Desde que tengo memoria, el abuelo siempre nos hacía lavarnos las manos cada vez que nos veía. Otras de sus manías eran siempre mantenerse a distancia y saludar con el codo en lugar de dar la mano o tomarse la temperatura diariamente. A pesar de que este monitoreo ya es automático y en tiempo real, él siempre insistió en asegurarse.

Mi abuelo nos contaba historias de un mundo bien diferente. Ahora lo llamamos la Era de la Gran Estupidez, pero a él nunca le gustó ese nombre. Me contó que en los océanos habían islas enteras de plástico y que los bosques y selvas se encogían porque la gente pensaba que así se construía el futuro. Le gustaba señalar cosas a distancia y decir que en sus tiempos nunca se habría alcanzado a ver tan lejos por la contaminación y que si alguien quería respirar aire limpio tenía que salir de las ciudades. 

El cubrebocas me recordó sus últimos años, cuando los médicos diagnosticaron daños en sus pulmones debido al aire que respiró por tanto tiempo. A veces, cuando le daba un ataque de tos, nos decía bromeando cosas como, ahí va un poquito del 2020. Sin embargo, mi abuelo siempre defendió el cambio. Nos decía que se habían logrado tantas cosas que para él ya estaba claro que todo era posible.

A mí me enseñó a sembrar y muchas veces me acompañó a las misiones de reforestación de mi escuela. También me enseñó a interpretar y coleccionar los memes. Para los demás jóvenes de la comunidad fue un gran guía, siempre dispuesto a dar más de lo requerido por los calendarios de actividades de los comités comunitarios.

Las veces que nos contó sobre el covid-19 repetía las mismas cosas. Cómo los gobiernos primero intentaron proteger la economía y la desesperación de la industria del petróleo por la desaparición casi total de la demanda. Dijo que mientras algunos se encerraron en sus casas o huyeron de las ciudades, la mayoría de las personas no podían dejar de trabajar y miles se enfermaron y murieron porque nadie se preocupó por ayudarles. La salud no siempre fue universal, nos decía.

Obviamente, el covid-19 no ocasionó la última pandemia del siglo. Sin embargo, fue la última vez que el mundo actuó tan equivocadamente. La última vez que el viejo modelo económico y político de la era de la Gran Estupidez, decidió sobre el destino de las personas y del mundo. La historia de mi abuelo es testimonio de ello.

Cuando encontré el cubrebocas se lo enseñé a mis papás y a mis amigos. No sabemos cuánto habrá pagado por él, pues en esos tiempos era común la especulación y la reventa. En la actualidad, sólo las practican los fanáticos del club américa, un equipo que por más de 100 años fue de los más populares de México y que hoy parece más una religión que algo deportivo, con sus propios santos y demonios. Muchas cosas han cambiado estos últimos 30 años.